COMPAÑEROS DE VIAJE
COMPAÑEROS DE VIAJE
Siempre que viajo en cualquier medio de transporte público me persigue una obsesión, yo diría enfermiza obsesión, por saber o adivinar la profesión de mis compañeros de viaje. Me ha ocurrido muchas veces y no ceso en mi empeño hasta encontrar respuesta a mis dudas; aunque, en honor a la verdad, casi nadie es lo que aparenta, si no es que se nos coge con las manos en la masa.
No lo puedo evitar, tan pronto me siento frente a alguien con el que debo compartir varias horas de viaje, mis ojos se convierten en microscopios y mis oídos en intuitivos espías, tratando de encontrar el cabo que me lleve al ovillo. Provoco conversaciones y comentarios que me faciliten la investigación, sin otro ánimo que dar reposo a mi mente.
Durante un viaje en tren de Valencia a Madrid, destino Gijón, coincidió que tres pasajeros (dos señores y una señora) llevaban el mismo destino, por lo que hubo tiempo de conocer varios aspectos de nuestras respectivas vidas, pero en lo que a la profesión se refiere, no encontraba satisfacción a mis deseos.
Como siempre, comencé la pesquisa tratando de encontrar algún indicio en los gestos, en los movimientos y en sus modos de hablar.
Mientras miraba al señor más próximo, me decía a sí mismo: de ninguna manera responden sus modales a lo que estoy pensando, porque yo persistía en la idea de que era un alto funcionario de la banca. Pero no, un funcionario de banca es más prolífico en sus expresiones, es más carismático y envolvente, como si nos quisiera embaucar en algún proyecto y una vez conseguida su rentabilidad nos vuelve la espalda. Vale, tampoco es eso: también hay banqueros honestos me reprocha a sí mismo. Por su forma de hablar también encontré algún atropello a la gramática en lo que se refiere a giros verbales y modismos mal empleados. Lucía valiosa sortija en el dedo anular izquierdo y reloj de oro, manos y uñas bien cuidadas y sin el menor vestigio de callosidades por efecto del trabajo, es decir, terminé por convencerme que era un enchufado camino de convertirse en un proyecto de nuevo rico y defensor de la globalización, pero a lo basto.
El otro acompañero era un hombre de tez pálida, de mediana edad, educado y poco dado a la conversación banal y frívola. Sus intervenciones eran más bien para puntualizar y matizar conceptos que para exponer un tema y someterlo a la opinión de los demás. Siempre se expresaba en un lenguaje académico y culto que ponía de manifiesto que era un licenciado, ¡vaya usted a saber en qué rama del saber! Su mirada, a través de sus lentes, era profunda, y sus gestos congelados no se inmutaban ante la sorpresa o el prolongado silencio. No había más que ver sus manos, de dedos largos y afilados, para pensar que estaba ante un pianista o un cirujano. Sí, esos dedos son los que sacan el hígado o el corazón a los enfermos y los manejan como manejan los matarifes las entrañas de un cerdo. Seguro que no se inmutaría si me viera con las tripas fuera y luego las metería a puñetazos. ¡Qué atrevimiento! Me estremecía sólo al pensarlo.
La señora gozaba del don la palabra fluida, atropellada y directa, enlazando un tema con otro, sin demora ni reposo, pero siempre con conocimiento de causa y haciendo de fiscal en sus juicios y críticas no siempre justificados. Me pareció ver en ella todos los rasgos que caracterizan a la tendera de barrio, en la que todas las noticias de la calle llegan a sus archivos para luego divulgarlos para gozo y deleite de sus clientes. Cierto, no estaba equivocado, porque sólo había transcurrido media hora de conversación cuando ya había desempolvado la historia de su vida, desde sus antepasados, hasta nuestros días. ¡Vaya, por fin acierto una vez! -susurré satisfecho.
Sucede que cuando ya me daba por vencido y era incapaz de desvelar el secreto tan celosamente guardo por los otros dos compañeros de viaje, una señorita que viajaba dos asientos más atrás, con aspecto débil y enfermizo, sufre una lipotimia y alguien se levanta demandando la presencia de un médico. Mi compañero, de los dedos largos y finos, como impulsado por un resorte, se levanta y confiesa: Sí, yo soy médico. Sus palabras llegaron a mis oídos como llega la más dulce melodía, y nuevos aires de triunfo me envanecieron por un momento hasta sentirme capaz de descubrir todos los secretos de la naturaleza. No es para tanto, imbécil, es más casualidad que intuición, además, todavía te falta uno por adivinar. Sí, es cierto, no sé a qué viene desollar el zorro antes de cazarlo mascullé para mis adentros. No obstante, mi estrategia investigadora seguía su curso, y el supuesto banquero no estaba por la labor de colaborar para redondear el mayor triunfo moral de mi vida.
Pero el tren seguía como una serpiente arrastrando su trasero por maravillosos paisajes, hasta que en este estado de cosas llegamos a Gijón, cuando ya anochecía. Y cuál no fue mi sorpresa cuando, al bajar del tren, a la vez que me ofreció su mano para despedirme, con la otra me entrega una tarjeta a la vez que me decía: Si tienes algún dinero que guardar, éste es tu banco. Guau.
Cayetano Bretones
Siempre que viajo en cualquier medio de transporte público me persigue una obsesión, yo diría enfermiza obsesión, por saber o adivinar la profesión de mis compañeros de viaje. Me ha ocurrido muchas veces y no ceso en mi empeño hasta encontrar respuesta a mis dudas; aunque, en honor a la verdad, casi nadie es lo que aparenta, si no es que se nos coge con las manos en la masa.
No lo puedo evitar, tan pronto me siento frente a alguien con el que debo compartir varias horas de viaje, mis ojos se convierten en microscopios y mis oídos en intuitivos espías, tratando de encontrar el cabo que me lleve al ovillo. Provoco conversaciones y comentarios que me faciliten la investigación, sin otro ánimo que dar reposo a mi mente.
Durante un viaje en tren de Valencia a Madrid, destino Gijón, coincidió que tres pasajeros (dos señores y una señora) llevaban el mismo destino, por lo que hubo tiempo de conocer varios aspectos de nuestras respectivas vidas, pero en lo que a la profesión se refiere, no encontraba satisfacción a mis deseos.
Como siempre, comencé la pesquisa tratando de encontrar algún indicio en los gestos, en los movimientos y en sus modos de hablar.
Mientras miraba al señor más próximo, me decía a sí mismo: de ninguna manera responden sus modales a lo que estoy pensando, porque yo persistía en la idea de que era un alto funcionario de la banca. Pero no, un funcionario de banca es más prolífico en sus expresiones, es más carismático y envolvente, como si nos quisiera embaucar en algún proyecto y una vez conseguida su rentabilidad nos vuelve la espalda. Vale, tampoco es eso: también hay banqueros honestos me reprocha a sí mismo. Por su forma de hablar también encontré algún atropello a la gramática en lo que se refiere a giros verbales y modismos mal empleados. Lucía valiosa sortija en el dedo anular izquierdo y reloj de oro, manos y uñas bien cuidadas y sin el menor vestigio de callosidades por efecto del trabajo, es decir, terminé por convencerme que era un enchufado camino de convertirse en un proyecto de nuevo rico y defensor de la globalización, pero a lo basto.
El otro acompañero era un hombre de tez pálida, de mediana edad, educado y poco dado a la conversación banal y frívola. Sus intervenciones eran más bien para puntualizar y matizar conceptos que para exponer un tema y someterlo a la opinión de los demás. Siempre se expresaba en un lenguaje académico y culto que ponía de manifiesto que era un licenciado, ¡vaya usted a saber en qué rama del saber! Su mirada, a través de sus lentes, era profunda, y sus gestos congelados no se inmutaban ante la sorpresa o el prolongado silencio. No había más que ver sus manos, de dedos largos y afilados, para pensar que estaba ante un pianista o un cirujano. Sí, esos dedos son los que sacan el hígado o el corazón a los enfermos y los manejan como manejan los matarifes las entrañas de un cerdo. Seguro que no se inmutaría si me viera con las tripas fuera y luego las metería a puñetazos. ¡Qué atrevimiento! Me estremecía sólo al pensarlo.
La señora gozaba del don la palabra fluida, atropellada y directa, enlazando un tema con otro, sin demora ni reposo, pero siempre con conocimiento de causa y haciendo de fiscal en sus juicios y críticas no siempre justificados. Me pareció ver en ella todos los rasgos que caracterizan a la tendera de barrio, en la que todas las noticias de la calle llegan a sus archivos para luego divulgarlos para gozo y deleite de sus clientes. Cierto, no estaba equivocado, porque sólo había transcurrido media hora de conversación cuando ya había desempolvado la historia de su vida, desde sus antepasados, hasta nuestros días. ¡Vaya, por fin acierto una vez! -susurré satisfecho.
Sucede que cuando ya me daba por vencido y era incapaz de desvelar el secreto tan celosamente guardo por los otros dos compañeros de viaje, una señorita que viajaba dos asientos más atrás, con aspecto débil y enfermizo, sufre una lipotimia y alguien se levanta demandando la presencia de un médico. Mi compañero, de los dedos largos y finos, como impulsado por un resorte, se levanta y confiesa: Sí, yo soy médico. Sus palabras llegaron a mis oídos como llega la más dulce melodía, y nuevos aires de triunfo me envanecieron por un momento hasta sentirme capaz de descubrir todos los secretos de la naturaleza. No es para tanto, imbécil, es más casualidad que intuición, además, todavía te falta uno por adivinar. Sí, es cierto, no sé a qué viene desollar el zorro antes de cazarlo mascullé para mis adentros. No obstante, mi estrategia investigadora seguía su curso, y el supuesto banquero no estaba por la labor de colaborar para redondear el mayor triunfo moral de mi vida.
Pero el tren seguía como una serpiente arrastrando su trasero por maravillosos paisajes, hasta que en este estado de cosas llegamos a Gijón, cuando ya anochecía. Y cuál no fue mi sorpresa cuando, al bajar del tren, a la vez que me ofreció su mano para despedirme, con la otra me entrega una tarjeta a la vez que me decía: Si tienes algún dinero que guardar, éste es tu banco. Guau.
Cayetano Bretones
17 comentarios
Goreño -
udi -
Anónimo -
Te atrapa, quieres saber como termina, y el remate es impecable.
te comprendo perfectamente, yo tengo una mania parecida; trato de adivinar el nombre de la persona por la cara, y ¡Creeme! fallo poco, sobre todo con las Gracielas, Monicas, Martas y Lilianas.
Je, tambien se me dan los Marcelos, no vayas a creer.
Un abrazo
Goreño -
mar -
Goreño -
Gracias por leerme. Un abrazo.
white -
Goreño -
Espuma, siempre es un placer tenerte entre mis lectores, ya sabes que soy tu fans nº 1
Un beso.
Estimada paisana Merche, es un lujo para mí tu comentario, pero me dejas pensando en cuál puede ser tu caprichosa manía. ¿Acaso no es confesable? Un besito
Estoy plagado de manías Octavia, no lo puedo negar, pero todas inofensivas y como cosas de niños, pero me dejo llevar por ellas porque revivo la felicidad de la inocencia. Es más: creo que los seres humanos somos una manía continuada, aunque no lo manifestemos. Gracias por leerme, preciosa, Un besote
Octavia -
Me ha gustado mucho.
Besito.
merche -
Me ha gustado mucho. Besitos.
Espuma -
Me gustó mucho. Esa curiosidad, además, te diré que nos pasa a algunos, a veces.
un placer.
guanachinerfe -
blogia.com/luisveagarcia
Goreño -
Goreño -
Anónimo -
Saludos
Anónimo -
Pero está bien el relato. Y bien escrito.
Ah, y está repe
perseida -
Un saludo.